La pelota une, qué duda cabe. Y una prueba del puente que puede significar el balón es, nada menos, la vida deportiva de un campeón del mundo. Alamiro Vaporaki, de 32 años, acaba de consagrarse con la Selección Argentina de futsal en el Mundial de Colombia, pero su carrera remite al fútbol en cancha de 11, con pasos por Huracán, All Boys y Estudiantes de Buenos Aires. Lo dicho, un balón recorriendo la historia personal hasta esta coronación sobre el parquet. "Como cualquier chico, yo soñaba con ser jugador profesional. De chico viajé desde Ushuaia a Buenos Aires y fui dando pasos en fútbol 11... Y cuando menos lo pensaba, terminé jugando futsal, casi de casualidad".
Pasión de multitudes, el fútbol le ganó a las inclemencias climáticas de Ushuaia para hacer de Alamiro Vaporaki un deportista de elite. "De chicos no nos quedaba otra que jugar bajo techo, por el frío, y el club Los Andes fue nuestra segunda casa", recuerda Vaporaki, quien compartió el título mundial con su hermano Constantino (26), contando con el aliento del otro hermano, Walter, quien fue el primero en desembarcar en el fútbol "grande", para jugar en Ferro. "A los 15 años me mudé a Buenos Aires porque había quedado en Huracán. Vivíamos con Walter en una pensión en Caballito", recuerda el campeón del mundo, que ya en esa época supo probar las mieles del éxito, según destaca: "En la Séptima División de Huracán fui campeón en un equipo en el que jugaban Mariano Andújar, Pablo Monsalvo y Pablo Brandán entre otros". Al brotar el recuerdo, afa.com.ar tiende redes y el hoy seleccionado Andújar aparece en escena para saludar a Vaporaki y recordar aquel vínculo.
Tras ese paso por Huracán, las canchas de césped llevaron a Vaporaki a All Boys y más tarde a Estudiantes de Buenos Aires, donde jugó tres años, entre Cuarta División y Primera, compartiendo cancha con otro hombre recientemente albiceleste: Ezequiel Lavezzi. "En Estudiantes llegué a jugar con el Pocho y también estaba Pablo Mouche", relata Alamiro. Y la relación de seleccionados continúa: Lavezzi llamó a Vapo, tal como lo llamaban en aquella época, antes, durante y después del Mundial, para conocer el día a día de la Selección y felicitarlo por cada paso dado.
A los 21 años, cuenta, le llegó nuevamente la hora al parquet: "Cuando quedé libre de Estudiantes decidí empezar a estudiar para ser profesor de Educación Física y, viviendo en Buenos Aires, empecé a jugar futsal en América del Sud, porque varios amigos jugaban ahí. Antes había empezado en Yupanqui, pero informalmente, cuando podía". Y ahí surge la clave de la nueva vida de Vaporaki: "Yo no quería dejar de jugar y las cosas empezaron a salir bien. El futsal es más dinámico que el fútbol 11 y eso me encanta, por eso le metí con todo y, de repente, fui subiendo escalones, tuve la chance de ir a jugar a España con mi hermano, llegó la Selección cuando ni siquiera había pasado por las Juveniles y acá estamos...".
Los Vaporaki, una historia familiar
Ese "acá estamos" implica nada más ni nada menos que ser campeón del mundo. "Haberlo logrado junto a mi hermano Kiki hace que se disfrute el doble como también hemos sufrido por el otro alguna vez cuando a uno le va bien y al otro no... Diego (Giustozzi) siempre nos preparó para salir campeones, en todos los torneos, por eso llegamos a siete finales con él. Nos cambió la mentalidad incluso durante el propio Mundial: partido a partido nos fue potenciando y ni hablar cuando fueron quedando en el camino España, Brasil, Italia... Ahí nos dimos cuenta de que podíamos llegar lejos y antes de la final Diego nos dijo 'la Copa está ahí, es nuestro momento y no podemos dejarlo pasar porque difícilmente vivamos algo así otra vez, no podemos no agarrarla'. Se ve que nos convenció, je".
A nivel personal, el Mundial de Colombia terminó para Alamiro Vaporaki con el sueño cumplido: tiene la foto con la Copa y la medalla correspondiente. Los números marcan que tuvo siete presencias, disputando 266 minutos y marcando cuatro goles: uno ante Kazajistán (el del triunfo en el debut), uno ante Islas Salomón, uno ante Portugal (el recordado de pechito) y nada menos que otro en la final contra Rusia. Una producción de campeón.