Un espacio con historia. Un lugar que pudo ver las gambetas de Pelé, las corridas de Alfredo Di Stefano y, el pasado sábado, el control que tiene la zurda de Leo Messi.
Los libros futboleros cuentan que el 8 de septiembre de 1929 se abrieron sus puertas, en las que el Everton chileno hace de local. En el '62 tuvo su momento de gloria. Fue elegido sede del Mundial que se jugó en Chile y albergó los seis encuentros del Grupo C, que tuvo como grandes protagonistas al campeón reinante de aquella época, Brasil, y a la España de la Saeta Rubia. Además, en Sausalito se jugó un duelo por los cuartos de final y una de las semifinales (Checoslovaquia vs. Yugoslavia).
En la Copa América de 1991, también fue una de las canchas elegidas para el torneo, ya que allí se jugó todo el Grupo B. Utilizado en algunas oportunidades para recibir shows musicales y de otras yerbas, transitó su estado crítico en febrero de 2010, cuando el país trasandino se vio azotado por un terremoto que causo grandes daños a lo largo de todo su territorio. En Viña del Mar, el estadio vio afectado su costado Sur, dejándolo practicamente en ruinas.
Es por eso que en 2012 se decidió su remodelación total y, el 5 de junio de 2013, volvió a estar disponible y con una capacidad mayor a la anterior. Construido con los estándares solicitados por la FIFA, el estadio tiene capacidad para 22.360 espectadores y ya recibió dos partidos de esta Copa América. En el primero, México y Bolivia no se sacaron ventajas. El segundo fue el del sábado pasado, cuando gracias al gol de Higuaín, la Selección venció por la mínima a Jamaica.
El viernes será su última vez en este torneo. Será el anfitrión del cruce por los Cuartos entre Argentina y Colombia, dos que buscarán clasificarse entre los mejores cuatro del certamen. Cómo ocurrió contra los jamaiquinos, ojalá que el último recuerdo de Viña del Mar y su Sausalito sean los mejores para nuestra Selección.