Fue una noche perfecta en el barrio porteño de Núñez. El epicentro de la fiesta fue en El Monumental pero los festejos recorren cada rincón de un país emocionado: Argentina acaba de redondear una de las mejores actuaciones de su historia, ante el rival de siempre, horas después de consumar su clasificación a la Copa Mundial de 2026. Con el banquete servido de antemano, solo quedaba que la Albiceleste registrara un trámite como el que escribió: redujo a Brasil a su mínima expresión, lo venció por 4-1 sin Lionel Messi y terminó celebrando con su gente otro hito de la era Lionel Scaloni.
Son los días más felices de un país que destrabó la sequía con la Copa América de 2021 y nunca más paró. Fue campeón mundial en Catar, revalidó su corona continental y ahora consiguió el boleto a la cita máxima con cinco fechas de antelación. El comentario se repite, en las tribunas de El Monumental y en las redes sociales: el pueblo argentino nunca había visto algo así. Padres emocionados que le escriben a los hijos, amigos que se funden en un abrazo interminable, relatores de radio que viajaron desde cada rincón del país pero no creen estar relatando semejante trámite, sueños que se reciclan permanentemente.
Porque Argentina, esta Argentina de Lionel Scaloni, reconstruye sus ilusiones sin perder el hambre. No hay conformismo: los trofeos ya son parte de la historia. Scaloni bajó ese mensaje en una previa caliente, a partir de los comentarios de Raphina. Cuando los medios especulaban con que el combinado nacional iba a mostrar la Copa del Mundo, Scaloni negó rotundamente cualquier movimiento: el pasado forma parte del pasado, glorioso, pero historia al fin. Lo importante está en su presente, y su futuro, y la única forma de seguir demostrando es adentro de la cancha. Y vaya que Argentina lo hizo.
Sin Lionel Messi, los 10 emergieron para matizar la ausencia del 10. Scaloni decidió armar un esquema con cinco jugadores que irrumpieron en primera división como enganches. Y la Argentina de los mediocampistas, la que juega un fútbol que representa su identidad como pocos equipos en su historia, plantó la bandera y montó una función memorable alrededor de la pelota. Brasil, conmocionado, no encontraba soluciones al vendaval: a los 12 minutos ya perdía 2-0. Antes de los 20’, Bento pidió la atención médica y, mientras lo atendían sobre el campo de juego, Dorival Júnior intentaba reestructurar su reacción.
Pero para Brasil fue una pesadilla. Ni siquiera el error en salida de Cristian Romero, el único lunar de la jornada, le permitió ilusionarse con la remontada. Argentina jugaba con la convicción del campeón del mundo y la humildad del que todavía no ha ganado nada. Porque en el once de Scaloni todos corren, todos se entregan, todos marcan. Y también, todos juegan, como en el barrio, con el espíritu amateur de las individualidades que crecieron forjándose en las plazas del país. "Nosotros jugamos siempre de la misma manera, sin importar rival o instancia. Representamos a un pueblo futbolero”, reflexionó Rodrigo de Paul después del partido.
Ni siquiera los tres cambios encumbraron una revolución. Argentina, más allá de los intérpretes que tenga dentro de la cancha, mantiene una misma identidad. Thiago Almada fue trascendental en el primer gol, un joven por el que Scaloni había apostado en el primer clásico de la doble fecha ante Uruguay. Y el jugador del Lyon respondió, tanto en Montevideo como en Buenos Aires. En su lugar, ya en el segundo tiempo, ingresó Giuliano Simeone: tres minutos después anotó el 4-1 definitivo.
Fueron cuatro goles pero podrían haber sido más. Argentina terminó floreándose, celebrando consustanciado con su público en otra noche inolvidable para un equipo que sigue haciendo historia. El Mundial de Estados Unidos, Canadá y México aparece cada vez más cercano en el horizonte y Argentina, con Messi o sin Messi, demuestra que tiene credenciales para soñar con revalidar su corona.